El beato JGH cumplió fehacientemente con la concepción que él mismo pregonaba sobre la santidad (Imagen: Referencial)
*Por Luis Javier Hernández.
Doctor en Ciencias Humanas.
Profesor Titular ULA-Venezuela
Coordinador General Laboratorio de Investigaciones
Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)
Miembro Correspondiente de la
Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente de la Real Academia Española.
Desembarco en la palabra. Año I, No12.*
Los santos adquirieron la
perfección en
grado heroico porque lucharon
contra
todos sus apetitos corporales y
triunfaron sobre ellos.
José
Gregorio Hernández Cisneros
El reconocimiento de la santidad
de José Gregorio Hernández Cisneros por parte de la Iglesia Católica, ya es un
hecho, institucionalmente ha sido elevado a los altares con todas las
prerrogativas que ello implica. De esta forma se cumple uno de los sueños más
anhelados del pueblo venezolano, quien lo ha reconocido siempre desde los
predios de lo sagrado, ocurriendo a él para su intersección ante la divinidad
en momentos de apremio y necesidad. De allí que ha sido una figura de profunda
veneración popular, consustanciado con la cotidianidad y el diario convivir, lo
que ha llevado a establecer una afinidad tan profunda y determinante entre su
figura y un colectivo ansioso de redención.
Desde esa particular perspectiva
es posible argumentar sobre una consanguinidad que ha ido extendiéndose de
generación en generación, más aún, cuando las circunstancias actuales apremian
por la constitución de verdaderas alternativas fundadas en la fe y la esperanza
de superar la pandemia representada por el COVID-19, la figura del beato José
Gregorio Hernández Cisneros cobra dimensiones colosales como amparo y refugio
ante las acechanzas de la muerte e incertidumbre. La extraordinaria condición
de las manos que sanan y el espíritu bondadoso para servir al prójimo, hacen
imprescindible su presencia en todos los lugares y rincones del mundo.
Por ello surge una inquietud
sobre el día después de la beatificación, que nunca debe verse a modo de
destino definitivo ni para él, ni para la feligresía. En todo caso es un
verdadero reto el que hoy surge con la universalización de su figura a través
de la vastísima audiencia de la Iglesia Católica. Ha llegado el momento de
demostrar que los mensajes difundidos masivamente a través de diferentes medios
no son simple retórica ceremonial o emotividades sujetas a una circunstancia
determinada a claudicar con el paso del tiempo, o la aparición de egos que
intenten apropiarse de su figura por aquello de la autoridad otorgada por una
concepción errónea de la hegemonía del poder.
Sí, como han pregonado muchos de
“todos somos José Gregorio”, pero ¿quiénes están dispuestos a ser como él?, no
santos, porque esa es una condición de excepción que sólo seres como él pueden
alcanzar, pero sí ‘hombres de bien’ entregados a una causa personal que
implique el servicio al prójimo desde el específico oficio, labor, profesión o
actividad que realice. En realidad va a sellarse un compromiso de reflejarse plenamente
en los designios de Dios por medio de la acción y no bajo el simple
cumplimiento de una convencionalidad social, donde la cercanía a los predios
divinos es ocasional y delimitada específicamente a los templos, cuando estamos
hablando de un Ser que hizo de todos los espacios cotidianos el lugar para
encontrarse permanentemente con Dios.
Porque indudablemente José
Gregorio Hernández Cisneros hizo de lo ordinario: extraordinario,
hizo de su vida una ejemplaridad inigualable en todos los sentidos para
erguirse como figura rectora de la vida establecida a partir de la dignidad
humana, la suya y la del otro en consustanciación con la voluntad de servir
fundamentalmente a Dios, a ese Dios con el cual creó una alianza indisoluble
que hace de todas sus acciones un prodigio místico que no debe ser desplazado
por una equívoca concepción de que la Iglesia “hace santos”, no, los reconoce
en función de sus virtudes, aunque en la práctica, la atención está centrada en
los milagros. Pero además de ellos, la vida virtuosa de José Gregorio Hernández
lo consolida como tal.
Pues su concepción filosófica lo
convierte en un hombre santo, potencialmente consciente de su rol espiritual
dentro de los escenarios terrenales trascendidos en su acción humana hacia el
encuentro consigo mismo y con la instancia para la cual siempre vivió y sirvió:
Dios, a modo de acción práctica y devocional materializada en la gracia
santificante, que fue el motor fundamental de su actuación en la vida
ordinaria, por siempre sostuvo un trabajo de fidelidad y correspondencia con la
Iglesia Católica como una prolongación de Dios y el medio para llegar a Él; y
su conciencia de purificación y conversión interior para hacer suyos los
principios cristianos.
Cumplió fehacientemente con la
concepción que él mismo pregonaba sobre la santidad, cuando la definió como:
“el esplendor del orden en el amor; y la justicia. Por la cual quiere que el
orden esencial de las cosas sea conservado”. Sostenido por esa premisa siempre
intentó morar los espacios en nombre de Dios para hacerse instancia consciente
de su compromiso con él, su forma particular de llegar a Él a partir de una
filosofía de la constancia y la voluntad, de saberse coheredero de la palabra
del Creador para anteponerla ante toda acción y situación diaria, pero al mismo
tiempo dignificar su cuerpo y espíritu como preparación previa para alcanzar
los dones celestiales, luego de la “ansiada muerte” física y nacimiento para la
eternidad.
De allí que percibió la realidad
desde una filosofía del anhelo, soportada por un objetivo por demás exigente de
una verdadera consagración a Dios desde todos los puntos de vista, venciendo de
manera admirable las limitaciones humanas y aceptando con devoción y obediencia
los designios de Dios, la gran voluntad redentora que lo condujo por los
caminos de la bondad, caridad, santidad y superación de las necesidades
corporales, donde el cuerpo es instrumento para sosegar el alma y prepararla
para los encuentros con la divinidad. De esta manera lo entendió quien tuvo
plena conciencia que no vivía para él sino para Dios, por lo que se esmeró en
la vida austera y el sacrificio como forma de servirle. Y es que esa conciencia
de servicio de José Gregorio Hernández es un hecho admirable de entrega y
vocación que indudablemente es la razón fundamental que hoy lo sitúa en los
altares de la Iglesia que tanto amó y veneró.
De esta forma, intento llamar la
atención sobre una acción humana como causalidad mística y alejar todas las
sombras fantásticas que pueden ceñirse sobre el beato, devenidas de
consideraciones más producto de la especularidad que de la realidad a
considerarse para poder apreciar la plenitud del proceso de conversión en la fe
de José Gregorio Hernández Cisneros, cuya figura a partir de su beatificación
entra en un complejo proceso de resignificación, sustentado fundamentalmente
por los procesos iconográficos que han surgido por tal motivo. Además de las
manifestaciones musicales en tributo a su vida y obra, publicaciones, eventos a
través de los diferentes medios informativos y redes sociales, la fundación de
una nueva iconografía juega un papel muy importante en este momento y para la
futura progresión simbólica del beato.
Esta singular manifestación
icónica merece una mirada desde la semiótica para advertir una serie de variables
por demás importantes y significativas. Una de ellas, la variedad de imágenes
que han ido surgiendo según la naturaleza de las instituciones u organismos
públicos y privados promotores de estos instrumentos conmemorativos, que con el
paso del tiempo tenderán a emblematizarse según sea su impacto y acendramiento
en el colectivo. Imágenes que en su mayoría ya no cuentan con la isotopía
caracterizadora de la figura del beato: el sombrero. En apariencia, un detalle
inadvertido por muchos, o justificado bajo la concepción de: “ahora es santo” y
los santos no usan sombrero, sino aureola.
Tomada de forma transtextual,
además de la conversión de venerable a beato, existe otra también representada
por los atributos icónicos que crean un antes y después que van a romper con el
continuum simbólico e indudablemente influye en la concepción-percepción de la
imagen. Hecho que debe ser explicado al momento de la convencionalización de lo
representado para tratar de evitar ‘ajenidades’ sobre la base de una tradición
icónica. Simbólicamente, el sombrero, ícono de lo venezolano, cede su paso a la
aureola (en muchas caracterizaciones llamada nimbo, que en el caso del beato,
debe simular rayos luminosos), signo de la universalidad cristiana que
desterritorializa la figura de un espacio físico-geográfico para ingresarlo a
espacios de mayor amplitud representacional, los cuales requieren de
revelaciones profundamente convincentes por el consabido desconocimiento de la
figura permitida en los altares.
Además de este rasgo diferenciante,
la mayoría de las renovadas iconografías sobre el beato José Gregorio Hernández
Cisneros guardan similitud con respecto a la amalgama de dos signos recurrentes
para destacar la doble articulación de sentido en relación con el ejercicio
médico (bata blanca, estetoscopio, medicamento, microscopio) y la convicción
cristiana, generalmente simbolizada por un rosario. De allí que la imagen
develada en el rito de la beatificación convalide esta referencia, aun cuando
en ella el símbolo de la santidad está representada por una aureola. Ahora
bien, la significación de esas imágenes soportadas por esa analogía
médico-religiosa puede ser extendida bajo la conjunción de dos paradigmas en la
acción del hombre que creyó en la HumanoCiencia como el fin y
propósito fundamental de su vida.
La anterior categorización
de HumanoCiencia no significa una simple retórica, sino un
planteamiento contundente frente a los consuetudinarios intentos por crear
barreras entre la ciencia y la sensibilidad, hasta llegar al colmo de
menospreciar esta última porque afecta “la nitidez y transparencia’ de las
apreciaciones, cuando científicos de la talla de José Gregorio Hernández
Cisneros, reconocen en su particular filosofía, la racionalización de la
sensibilidad, el ejercicio de una lógica subjetivada a modo de filosofía
particular para aprehender el mundo; para él: “La Filosofía es el estudio
racional del alma, el mundo, de Dios y de sus relaciones”. A través de esa –su–
filosofía se impuso en un siglo profundamente positivista, racionalista, donde
prevalecieron los intentos por sobreponer la ciencia con respecto a la
espiritualidad. Hecho que quizá no ha variado mucho, por lo que los enfoques de
lo científico y su conversión en práctica social, deberían revisarse desde la
perspectiva de Hernández Cisneros para hacerlos más consustanciales con las
necesidades del colectivo. De allí, que reitero una vez más que José Gregorio
Hernández fue un romántico que intentó unir lo científico y lo humanístico a
través de la sensibilidad trascendente de los sujetos, en la asunción de
diversas posicionalidades o ciudadanías (a saber: lo íntimo, lo científico, lo
humano y lo místico) desde su quehacer cotidiano.
Esta escisión de la ciencia y la
sensibilidad, junto a las diferentes prácticas ideológicas, científicas,
religiosas conducen a un descentramiento de los sujetos desde sus principios
más elementales, de sus mundos primordiales como base esencial para su
reconocimiento dentro de un colectivo, determinado fundamentalmente por
individualidades que apelan a sus intereses particulares a modo de principio
‘ético’ y soporte fundamental de sus acciones. Ello genera profundas carencias
y desigualdades, atentando contra la equidad social. Pero además crea profundos
vacíos existenciales que requieren de formas de resarcimiento fundadas en la
más profunda espiritualidad como concienciación para reconocerse y ser
reconocido.
Estos vacíos existenciales
generan la necesidad de una nostalgia del absoluto representada
por el deseo de lo trascendente, la forma de resarcir las carencias humanas
mediante una presencia vivificadora que potencie ante la adversidad y guíe en
los propósitos emprendidos. Puesto que nostalgia significa un espacio de
reconciliación consigo mismo en la más profunda intimidad para encontrarse con
los caminos recorridos y por recorrer, y a pesar de las circunstancias,
recordar con placer mediante un proceso ensoñativo de la memoria. Tal cual lo
hizo José Gregorio Hernández Cisneros al anteponer su mundo primordial a toda
obra científica, social o religiosa, ser él mismo consustanciado en su
filosofía y finalidad de alcanzar la gracia de Dios por medio de la
transformación de la carencia en el espacio de lo que aún no es, pero bajo la
convicción de la fe, lo será.
Además esta nostalgia de lo
absoluto no es la simple añoranza que redunda en el dolor o la resignación por
lo perdido, sino que implica la esperanza y conversión que alientan el
ejercicio de la vida. De esta forma asume el beato José Gregorio Hernández
Cisneros la imposibilidad de permanecer en la Orden Cartuja, en vez de
desfallecer en sus propósitos de servir a Dios, los fortalece entendiendo los
otros caminos para llegar a Él, de cumplir con su mandato, pero siempre
sostenido por esa nostalgia del absoluto, el lugar donde mora la
santidad; en sus palabras: “Lo que en la Cartuja encontré supera toda
descripción. Vi allí la santidad en grado heroico y te puedo asegurar que una
vez visto ese espectáculo lo demás de la tierra se vuelve lodo”. Ese espacio de
la ensoñación y reverencia mística le sirve para fortalecer su anhelo de
trascender hacia espacios para el encuentro con Dios, trasladarlo a través de
la oración y la escritura mística a los espacios cotidianos.
Si de algo requieren los tiempos
actuales, es de filosofías consustanciadas con el devenir cotidiano que abran
oportunidades para transformar el presente en una riqueza de posibilidades para
el futuro; en este sentido, José Gregorio Hernández Cisneros es uno de los más
significativos puntos de referencia. Que su vida y obra sean base reflexiva
para la fundación de procederes particulares orientados hacia el colectivo
ávido de una nostalgia del absoluto, de los espacios de la trascendencia
existencial. Así su palabra debe constituirse en el horizonte para buscar
resguardo y aliento, sentirlo en la cercanía de un Ser de excepción que nos ha
acompañado siempre desde su más infinita bondad, a quien hoy, más que nunca
admiramos en una polifacética figura a ensancharse cada día y recordarnos que
la santidad no es una simple institucionalización, sino un don devenido de la
templanza propia de los Caballeros de la fe para gloria de
Dios y redención de los hombres.
El
Paraíso, mayo, 2021
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