Pedro Rincón Gutiérrez en las puertas del tiempo trujillano (I)

 


PEDRO RINCÓN GUTIÉRREZ EN LAS PUERTAS DEL TIEMPO TRUJILLANO (I)


*Por el profesor Alí Medina Machado. Cronista del NURR-ULA*

Julio de 2023.

 

Esencialmente necesaria se hace la palabra de don Mario Briceño Iragorry en momentos trascendentes como éste en que nos encontramos, de la celebración de los actos del programa conmemorativo del 51º aniversario del Núcleo Universitario “Rafael Rangel”, la Universidad de Los Andes en Trujillo, y la subsiguiente conmemoración del centenario del natalicio del Dr. Pedro Rincón Gutiérrez. Henos aquí en el vértice de este momento de la Universidad.

Es a todas luces plausible y obligatorio, como tributo moral recordar el nombre y la obra de un ciudadano universitario integral, bastión de luces académicas y humanitarias para esta institución de educación superior; reconocer el valor intelectual, rectoral y humano de un ciudadano esclarecido que está en el nervio contemporáneo de esta Universidad, el doctor Pedro Rincón Gutiérrez, quien tiene entre sus preciados méritos el de ser llamado “Rector Magnífico” y “Rector de Rectores” de esta ya bicentenaria Universidad de Los Andes.

Entonces esta casa grande en todos sus espacios que se riegan por la cordillera andina viene   rindiendo homenaje a quien supo formar para que luego la sirviera y representara, con fuerza de gigante.  Con motivo de cumplirse el primer centenario de su nacimiento, el 24 de julio de este año 2023. A este homenaje se suma, como es lógico, la Universidad en Trujillo.

Dijo don Mario en su libro la Hora Undécima: “Es preciso aprender a desarticular el pasado para lograr nuestra coetaneidad creadora con los arquetipos que sirven de numen a nuestros actos”. Con la pedagogía moral de su lenguaje puso como lección de bien la necesidad de que nosotros estemos volviendo los ojos al ayer del país, desde lo más inmediato anterior hasta lo más temporal lejano, en aras de escudriñar lo que se hizo como obra de valor; ponernos al lado de quienes lo hicieron, como copartícipes de la acción para trasladar ese valor de participación efectiva a este hoy viviente tan necesitado de buenas obras terrenales.

Comprender y asimilar como tarea del espíritu la generosa lección que contiene la biografía de los hombres ilustres, los que formaron suelo productivo, los que idearon programas sociales y culturales, los que abrieron caminos a la educación y la cultura, los que encausaron la legislación moral de la vida colectiva en ciudades y pueblos, uno de ellos indiscutiblemente el doctor Pedro Rincón Gutiérrez, nervio y numen permanente para el hacer formador y transformador de nuestra Casa Madre.

Reclamó también como exordio vital Briceño Iragorry que: “Una sociedad es tanto más en sí como valor humano y conceptual cuanto más vigorosas sean las líneas formativas de su historia. La historia de un pueblo son sus hombres y sus símbolos pasados en función de producir nuevos valores. La historia no es cuento de muertos convertidos en cenizas. La historia es un proceso de formación de valores que tienen su eco constante en las voces de los hombres actuales”.

Si desmembramos este exhorto podemos determinar que en su contenido cabemos todos como entidad humana, pues la sociedad no es más que el hombre en conjunto y en solidaridad; su integración y su participación; el hombre en progresión activa ayudando a concretar destinos por medio de su lenguaje edificante.

El liderazgo hecho entre todos como un solo valor encaminado a la vida y al progreso. Y en el medio de esta sociedad andina contemporánea cobra vigor sobresaliente como concepto también extraído de la ideografía  briceñista la figura esclarecida de un hombre dirigente y emprendedor: Pedro Rincón Gutiérrez visionario cuya mirada traspasó las fronteras inmensas de la sierras merideñas para hacer sociedad creciente en las dos ciudades hermanas de la suya: Trujillo y San Cristóbal, o mejor diré, los estados vecinos Trujillo y Táchira, que desde su gestión rectoral alcanzaron rango universitario, y dimensionan en presencia y valor el nombre de la Universidad de Los Andes, como una integración total.

Hoy podemos ver este gran patrimonio educativo superior, aunque universidad es un concepto expandido y globalizante de ese otro también concepto de educación, pues su acción se riega y se desplaza como los procelosos ríos por los horizontes abiertos. Hay que ver lo que, en construcción de universidad, hizo con devoción y coraje el doctor Pedro Rincón Gutiérrez, por la parábola de bien que fue su corazón de hombre, por su alto espíritu, por su robusto carácter.

Metáfora de la vida, quizás, o magicidad del tiempo en su transcurso, tal vez. Pero, quién hubiera pensado que aquel individual poblador de la ciudad de Trujillo que fui yo, un día de septiembre de 1970, hace de ello 53 años, echara a andar por las calles del pueblo un panfleto multigrafiado para motivar la idea de la Universidad en Trujillo, es el mismo poblador que ahora les habla emocionado sobre aquella vieja obra y sus gestores ya hoy profundamente establecida, con su historia cargada de realizaciones, con un asombroso volumen de contenidos académicos y de otros signos que la muestran como la institución más sobresaliente del estado y que todavía propone  las utopías de sus autoridades, profesorado, estudiantes y otros integrantes que van apareciendo con el tiempo para convertirla, si Dios quiere, en gestora de otras realidades vigorosas.

Los caminos humanos vitales son impredecibles, es el continuo de la historia misma quién los va vislumbrando y haciendo. Es el ideal que se va conformando como una armadura que, al final, constituye una biografía real. Un panfletico escrito a máquina era uno de los bandos que aparecieron en aquellos años que antecedieron al Núcleo Universitario de Trujillo, que era una idea todavía idea, sueño todavía sueño, esperanza todavía esperanza.

Pero todo ello con una gran fe, y como “la fe mueve montañas”, pues ciertamente la gran mole andina se movió en su integridad afectiva y dos de sus ciudades madres, Mérida y Trujillo, comenzaron a hacerse nuevamente camino consuetudinario transitado, como ya había sido, ruta múltiple en lo geográfico y humano, andado por los siglos, intensamente recorrido entre los siglos XIX y XX, como se puede inferir por muestras tan diversas como las que existen.

Se buscaba crear una conciencia pública “sobre los alcances insospechables que el orden socio-cultural puede conseguirse con la instalación definitiva de la Universidad en Trujillo”, cuestión que se logró como el triunfo inicial, por la noticia de su aprobación por parte del Ilustre Consejo Universitario, en Mérida.

Qué cosa magnífica se obtendría si el tiempo pudiese grabar para la eternidad las voces de los grandes hombres en momentos determinados de su acción. Qué cosa hermosa sería escuchar ahora vivamente la voz señera del Rector Rincón Gutiérrez anunciando en aquella asamblea la disposición del Consejo Universitario de crear un Núcleo Universitario de la ULA en la ciudad de Trujillo.

Aquel anunció comenzó a abrir caminos que se fueron ampliando con el tiempo a medida de las realidades, costosas todas ellas por lo trascendente y comprometedor. No era fácil echar a andar la empresa, nunca fue ni es fácil todavía esta empresa concreta como es, cuando vemos su situación luego de cincuenta años de funcionamiento. Pero está tan avanzada y solidificada, que la raíz profunda de aquel árbol luminoso que sembró el Ilustre Consejo Universitario, cuyo tronco conductor esencial lo constituyó Rincón Gutiérrez, jamás ha visto caer en vano sus hojas ni marchitado sus ramas.

Más bien esta universidad está viva, y “Trujillo vive su universidad”, si desglosamos que, “ ella ha desempeñado una gran labor social productiva, por el papel que ha representado dentro de la vida regional en su conjunto; que ha tenido a su cargo una función rectora de la enseñanza superior, una amplia labor de difusión de la cultura ambos cometidos por su capacidad de dirigir, organizar y desarrollar; una tarea promotora de la investigación científico-humanística; y sobre todo, un destino muy importante: la cooperación en el estudio y revelación de las realidades y de los estados de conciencia colectivos, para poder servir a la comunidad de la mejor forma”.

En los años previos al Núcleo hubo intentos por establecer una relación más directa entre la ULA y Trujillo, intentos serios de un establecimiento, para la presencia física universitaria. Fueron intermitentes en esta intención Trujillo y Valera: cursos, talleres y conferencias; embajadas culturales, diligencias por delegaciones. Nombres involucrados. El homenaje a la profesora Aura Salas Pisani, en Mérida, Salvador Garmendia en cultura. Y en el centro de toda actividad la presencia en disposición positiva de Pedro Rincón Gutiérrez, solidario y comprometido con su querer hacer, su querer disponer, Pero, no podía faltar ese “pero” adversativo atravesado en cada ocasión, hasta que finalmente, por 1969, aquella frase lapidaria, imperativa y hasta conmovedora de: “¡PERUCHO: Trujillo quiere Núcleo!”, se elevó en una manifestación como expresión de gran contenido desiderativo. Aquella fue una de las oraciones históricas de una retahíla que se fueron hilando en aquellos años que, uno tras otro, hemos venido memorando los trujillanos con respecto a nuestra magna institución educativa regional.

Era un acto de justicia lo que Trujillo reclamó con derecho a Mérida en aquel tiempo de hace cincuenta y tantos años. Era una reivindicación, un resarcir de servicios prestados y una correspondencia por demás histórica y espiritual entre ambas entidades. Estudiemos, por favor, el proceso sociohistórico entre estas dos comunidades andinas: han sido un solo territorio y un mismo destino en muchas circunstancias y momentos. Partamos, no de los tiempos coloniales en que hubo hermandad, sino de los independentistas para descubrimientos hasta sorprendentes entre lo geográfico, histórico, militar, institucional, educativo, cultural, religioso, humano-biográfico, documental: dos personajes como referentes son muestrarios de todo este acontecer: Tulio Febres Cordero (merideño) y Caracciolo Parra Olmedo (trujillano) intercambio glorioso para una atadura memorable.

Pero un poco atrás, el episodio de la Campaña Admirable, cuando un trujillano de excepción, el Dr. Cristóbal Mendoza, como Gobernador de la Provincia de Mérida en junio de 1813 le confirió al frente de un pueblo entusiasmado y a un solo tenor colectivo vigorosamente audible, por primera vez a Simón Bolívar el título de “Libertador de Venezuela”, con el que comenzó a encabezar en adelante cada una de sus legislaciones, decretos, proclamas, y epistolario. Y desde Mérida, trujillanos residentes se plegaron a Bolívar y vinieron en el séquito emancipador a libertar su provincia natal de las garras del coloniaje español.  Nombres de Mérida se hicieron trujillanos y nombres trujillanos se hicieron merideños: muchos años antes, un siglo antes, podemos hablar de la emigración a Mérida: caravana de familias trujillanas purgaron el ostracismo a que las sometió la quema violenta de la ciudad por los filibusteros que encabezó Francisco Granmont, en los días aciagos del año 1678.

Otro fenómeno a resaltar, importante como resulta en la causa de la interacción entre los dos estados andinos, es el asunto religioso, pues ambas iglesias han originado una hermandad histórica insoslayablemente unida por el intercambio y la correspondencia, aunque siempre en preponderancia el clero merideño, pues la iglesia trujillana ha sido subsidiaria de la merideña por las razones del Obispado y luego del Arzobispado.

Así tenemos que en los años supremos de la época independentista, el clero de Trujillo, supeditado a Mérida, tuvo una notable participación en la lucha por la emancipación: Fray Ignacio Álvarez, José Antonio Rendón, Salvador de León, Ricardo Gamboa, Francisco Antonio Rosario, Antonio José Durán, Juan Ramón Venegas, Joaquín Durán, Ignacio Briceño, Pablo Ignacio Quintero, José de Segovia, Bartolomé Durán, sacerdotes todos ellos miembros de ese árbol histórico que aparece en el libro  Patriotismo del Clero de Mérida” que escribió en   1911 el Ilmo. Dr. Antonio Ramón Silva, Obispo de esa misma Diócesis.

Antes, en el periodo colonial, fue al Seminario de San Buenaventura de la recatada ciudad serrana a donde concurrieron jóvenes trujillanos para hacerse dentro de la vida religiosa. Varios de ellos sobresalieron luego como “el Pbro. Dr. Juan Joseph Hurtado de Mendoza, Canónico Magistral de la Catedral de Mérida y hermano del triunviro Don Cristóbal, que de 1795 a 1802 fue el primer Rector del Seminario de San Buenaventura, génesis de la ULA”. (Quevedo Segnini, p. 244).  

Pero los grados de la integración han sido resaltantes reiterativamente, como decir, que fue el Obispo de la Diócesis de Mérida de Maracaibo  Mons. Rafael Lasso de la Vega quien, en Trujillo, luego de su histórica entrevista con el Libertador Simón Bolívar, propugnó el reconocimiento europeo de la iglesia colombiana. Años más tarde, el Obispo Mons. Antonio Lovera, en 1886 tuvo a su cargo, en Mérida, la ordenación sacerdotal del Pbro. Estanislao Carrillo, el sacerdote más relevante de la ciudad de Trujillo, de la que fue Vicario por 67 años. Este mismo sacerdote fue elevado al monseñorato, en 1912 por el Obispo merideño Antonio Ramón Silva, a quien le tocó en ese año elevar a la categoría de Catedral al histórico templo parroquial de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo.

En Mérida actuó por largo tiempo como Protonotario Apostólico y Venerable Dean de la Santa Iglesia Metropolitana de esa ciudad, el ilustrado sacerdote trujillano Mons. Dr. José Clemente Mejía, oriundo de Boconó, quien además fue profesor de la ULA en la tercera década del siglo XX. Fue también determinante que el arzobispo de Mérida, Monseñor Acacio Chacón coadyuvara activamente en la creación e instalación de la Diócesis de Trujillo, en 1957.

Qué cosa, cómo se teje la historia, cómo se pliega y abigarra la geografía. A este largo y escabroso espinazo andino le fue dando sentido humano la acción y la entrega de tantos hombres en el tiempo. Lo vemos con la que estamos refiriendo. La pródiga naturaleza humana se incrusta en el paisaje natural y le va dado forma concreta, lo convierte en paisaje humanizado que, luego, hombres en tiempos posteriores lo va develando (valga el galicismo) para información y conocimiento social y cultural. Nos ahitamos de admiración al ver ese intercambio de nombres humanos entre dos ciudades vecinas, en todos los órdenes de la actividad inteligente, el hacer y quehacer de individuos convertidos en ciudadanos prestos a ser referenciados en el futuro.

No diré próceres ni héroes, pero sí cerebros en acción por los dictados del corazón: razón y afectividad en conjunción creadora. Y aparece el continuo como se aprecia. Y aún hay más, un poquito más de lo mucho por nombrar. En el Colegio de Trujillo, desde su instalación en 1834 vinieron a servir desde Mérida el Dr. Matías González Méndez, como primer Rector, y el Br. Miguel María Cándales como primer Vicerrector. Luego vendría el Dr. Ramón Morales con la misma dignidad de Rector. Y luego, otros más. Discípulos en Mérida, antes; después, insignes pedagogos en Trujillo. Qué alta concurrencia.

Y no debo dejar fuera en esta fragmentación histórica, otro hecho relevante de principios del siglo XX. No otra cosa que una generación de jóvenes intelectuales, el “arielismo” que hubo en Trujillo, de lo que menciono sólo tres nombres, Mario Briceño Iragorry, que se junta con Mariano Picón Salas, para elogiar a un naciente poeta trujillano, José Félix Fonseca, que había publicado su primer libro de poemas. El prólogo lo escribe Briceño Iragorry, y el comentario lo efectúa Picón Salas. El lenguaje crítico de ambos jóvenes es sorprendente. Ninguno llega a los veinte años. Pero veamos el lenguaje del joven merideño, que sólo tiene dieciséis años. Anota Picón Salas en su “Breve y lírico comentario”: “José Félix Fonseca, cuyos diecinueve floridos años se ajan en un burgo andino lleno de una burguesa beatitud, cuando termine de refinar su mosto en la finísima alquitara del Arte, podrá darnos transparente y delicioso vino de poesía”.

Podemos observar entonces que el tiempo es un vasto almacenamiento de episodios cumplidos por una cultura efectiva de lo que el hombre ha realizado por su activismo vital. Depósito inmaterial de cosas, reservorio de hechos acaecidos y hasta de recuerdos que se van guardando y recogiendo como historias. Pero entre la memoria y la escritura el tiempo se revierte en lenguaje que se cuenta y escribe en pequeñas y grandes paginaciones para hacer posible y sensible la perdurabilidad, como en este caso afloran cosas unificadoras entre estas dos ciudades de nuestra cordillera andina.

Continuará…

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