José Gregorio Hernández estuvo consustanciado con la palabra de Dios y la doctrina cristiana (Foto: Referencial) |
José Gregorio Hernández y la escritura mística | Opinión
*Por Luis Javier Hernández.
Doctor en Ciencias Humanas.
Profesor Titular ULA-Venezuela
Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)
Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente de la Real Academia Española.
Desembarco en la palabra. Año I, No4.*
Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas, como en las alegrías.
Santa Teresa de Jesús
Quizás la faceta menos conocida de José Gregorio Hernández sea la de escritor de textos literarios con intención mística; textos que establecen una estrecha relación entre la voluntad estética y la consciencia trascendente del Ser. Entendida esta voluntad estética como energía vital que alienta un espacio sociohistórico a través de un cambio iniciado a nivel individual, para luego convertirse en suprapersonal y su transformación en personalidad colectiva. Recordemos que Hernández Cisneros vive en un siglo eminentemente positivista, del cual surge un importante movimiento artístico: el Modernismo, la única manifestación autonómica de esa índole producida en Latinoamérica.
El Modernismo latinoamericano es una refundación del Romanticismo europeo, esa gran reivindicación del Ser mediante el impulso simbólico del espíritu para hacerlo manifestarse desde la trascendencia de las interioridades sublimes. Así que en un libro titulado José Gregorio Hernández, Caballero de la fe (una mirada desde la filosofía de la voluntad), publicado en 2015, lo he tipificado como un romántico: “que intentó unir lo científico y lo humanístico a través de la sensibilidad trascendente de los sujetos, en la asunción de diversas posicionalidades o ciudadanías (a saber: lo íntimo, lo científico, lo humano y lo místico) desde su quehacer cotidiano.”
Aún más, entre filosofía y discurso poético existe una estrecha relación para intentar interpretar las más profundas variables existencialistas que encuentran en el discurso místico, una de sus mayores concreciones para expresar la voluntad espiritualizada a través del arte y los mundos imaginales que conducen a una trascendencia ética, soportada en la transustanciación del alma romántica para ensoñar el mundo a través de la perspectiva mística. Específicamente, para José Gregorio Hernández, los caminos del arte son los que conducen hacia la perfección a través de los senderos más profundos y sentidos del Ser.
Bajo esta perspectiva la escritura mística encarna la trascendencia de un espectador ubicado en espacios de profunda reflexión, tal es el caso de las oraciones mediante las cuales se pretende establecer comunicación con la deidad, al contener ellas una codificación específica para ingresar en un tiempo inmemorial donde habita el tiempo originario. Además de aludir a una referencialidad que va más allá del lenguaje usual, para basarse en una serie de recursos estéticos, garantes de una interpretación cónsona con la magnificencia de la divinidad referida en la oración proferida por el oferente en un momento determinado.
Indudablemente la escritura mística es la vía ideal para poder materializar los caminos para llegar a la divinidad, e igualmente para dejar constancia y testimonio de una obra colosal frente al universo material de la humanidad. De esta manera lo interpretó José Gregorio Hernández al expresar su voluntad estética a través de la palabra y los mundos imaginales para expresar su admiración por santa Teresa de Jesús, al mismo tiempo para rondar simbólicamente sobre los espacios cartujos, o reflexionar sobre los escenarios del arte y las confluencias del espíritu manifestándose en su máxima expresión.
Así que los textos de Hernández Cisneros tipificados dentro de esta voluntad estética y finalidad mística se encuentran: Sr. Nicanor Guardia (1893), La verdadera enfermedad de santa Teresa de Jesús (1912), Visión del arte (1912), Los maitines (1912), En un vagón (1912); la mayoría de ellos publicados en la Revista cultural, artística y literaria el Cojo Ilustrado, que circuló en Caracas desde el año 1892 hasta 1915; consultados por mí en las Obras Completas, publicadas por la Universidad Central de Venezuela en 1968.
Alrededor de estos textos podemos destacar el centramiento en tres elementos fundamentales para destacar la intención estética de Hernández Cisneros, ellos son: la persona, la expresión estética y el instante místico, o planos que permiten la convergencia de la intención ensoñativa dentro del mundo del espíritu, porque para José Gregorio Hernández el instante místico es la búsqueda del fulgor divino donde es posible enunciar desde la trascendencia, o transito simbólico para manifestarse dentro del reino de la subjetividad trascendente. Destacando que este fulgor divino es la manifestación característica del oferente al escudriñar el cosmos místico, abstrayéndose del mundo exterior para encontrarse consigo mismo en medio de la práctica cotidiana, a partir de la presencia divina.
Precisamente José Gregorio Hernández logró hacer de su acción diaria un permanente contacto con la dimensión mística a través de su acción profundamente humana, unas veces desde el área científica, otras mediante el ejercicio de vida como una práctica de la filosofía de la voluntad que siempre lo alentó, y con los textos aludidos anteriormente, a partir de la figuración artística, siempre teniendo el reino del espíritu a modo de horizonte y destino permanente. De esta forma quedan reunidas en una misma instancia el lenguaje, arte y la inquebrantable fe en Dios para construir una forma muy particular de manifestar su devoción y entrega a sus creencias y propósitos.
De allí que podemos hablar de José Gregorio Hernández desde una plena consustanciación con Dios en todos los órdenes y dimensiones de su vida, para él, Dios es el espíritu de lo infinito que conduce a la elevación, incremento y superación de los límites creados por los vacíos del mundo ordinario; los vacíos producidos por la ausencia de lo trascendente en la humanidad aletargada por la premura y la materialidad. Por lo que una visión tan profunda y sentida del mundo, como la de Hernández Cisneros, instaura una dialéctica de la voluntad que lo hace Ser de excepción en todos los aspectos de la acción más allá de la simple actitud terrena, para potenciarse a partir de la entrega a sus ideales místicos.
Hechas las consideraciones anteriores, no es de extrañar este ejercicio estético de José Gregorio Hernández, que en ningún momento tiene una simple intención ornamental, sino más bien, es el encuentro consigo mismo a través de los misterios de la fe; una forma de confesión encubierta para manifestar su admiración y reverencia por lo místico, encontrando en las formas literarias la manera más adecuada para exteriorizarla bajo la forma de un imaginario que permite prepararse para enfrentar los acechos de la realidad cotidiana, a partir de una voluntad encarnada por la esperanza de la redención.
De igual forma al momento de desmentir apreciaciones médicas sobre el mundo místico a través de estas producciones literarias, tal y como sucede con la refutación que hace a un reputado profesor de la Universidad Central de Venezuela, quien afirma que: “Santa Teresa estaba afectada de la neurosis y que sus éxtasis eran los llamados éxtasis histéricos.” A lo cual, Hernández Cisneros, 27 años después, en plena madurez intelectual, responde desechando científicamente las manifestaciones de un histerismo en la santa, para luego argumentar a partir del éxtasis místico, donde se revela la corporeidad sensible más allá de lo físico-orgánico, al representar el espíritu trascendido en la oración. Al respecto, Hernández Cisneros, acota:
Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma cuando está en esta divina unión…Estando así el alma buscando a Dios siente, con un deleite grandísimo y suave, casi desfallecer toda con una manera de desmayo, que le va faltando el huelgo, y todas las fuerzas corporales, de manera, que si no es con mucha pena, no puede aún menear las manos: los ojos se le cierran sin quererlos cerrar; y si los tienen abiertos no ve casi nada; ni si lee acierta a decir letra, ni casi atiende a conocerlas bien; ve que hay letras, mas, como el entendimiento no ayuda, no sabe leer, aunque quisiera; oye, mas no entiende lo que oye… Hablar es por demás, que no atina a formar palabra.
Esta descripción de un alma naciente para su trasmigración a espacios de la sublimidad espiritual, corrobora la convicción de Hernández Cisneros, sobre la existencia de una dimensión a la que solo pueden ingresar los seres de excepción consustanciados con la palabra de Dios, y conscientes de ello, superan la simple materialidad para sentir el fulgor divino a modo de instrumento potenciador de su fe y actitud frente a lo místico, a través de las oportunidades para reencontrarse con la esencia espiritual alentada por la divinidad.
De la misma manera en los otros textos de vocación estético-mística, aparece ese efecto de desplazamiento de una dimensión material hacia regiones atemporales donde el espíritu asciende para contemplar el mundo terreno y reflexionar sobre la presencia de lo místico. Procedimiento muy utilizado en literatura para destacar lugares enunciativos que permitan realizar ascensos o viajes hacia imaginarios reflexivos; Hernández Cisneros en el texto Visión de arte, lo utiliza para hacer surgir de los espacios de la cotidianidad una referencialidad sublime sobre la palabra lírica encarnada por los influjos de la divinidad, deseada por los espíritus sedientos de redención.
En esta oportunidad está planteado mediante el tránsito que hace posible percibir el desprendimiento de la corporeidad terrena para asumir un vuelo por diversas dimensiones, mediante las cuales el viajante puede percibir la solemnidad del arte interpretado por la palabra exquisita de la imaginación, la elevación producida por la música cartuja o la emblematización arquitectónica de la creación humana acompañada por una sobrecogedora atmósfera mística:
Como iluminando la ciudad, se levantaba majestuoso el edificio espléndido de la Catedral, cuyos contornos se dibujaban maravillosamente en las aguas del río. En la fachada se levantaban dos altísimas torres rematadas en atrevidas agujas, y toda aquella construcción era una verdadera filigrana de piedra, monumento acabado de belleza y ejemplar perfecto del estilo ojival, el mayor invento arquitectónico de la inteligencia humana. Sobresalían de ella la potencia y la magnificencia ordenadas y armónicas, engendradas por la artística disposición de las formas geométricas. Al entrar oímos claramente los sagrados cánticos de la oración vespertina, los cuales produjeron honda conmoción en todo mí ser.
En hermosa amalgama queda unido el valor religioso con el sentido místico a través del arte y su figuración de invento arquitectónico del hombre, para quintaesenciar el espíritu manifestado por medio de la expresión estética en profunda y profusa inclinación de revelar los misterios del Ser. Además de unir a modo de imágenes sensoriales, lo auditivo, visual, táctil, cromático y cinético, para dar por sentado la reacción de quien experimenta el momento místico, ante circunstancias tan extraordinarias acompañadas de elementos esenciales para el recogimiento y reconocimiento en ellas.
De igual modo la recreación estética sirve para admirar las proezas de la divinidad en la tierra a través de manifestaciones místicas, como las cartujas, orden donde intentó servir a Dios bajo el nombre de Fray Marcelo, pero por razones harto conocidas no lo logró. Con referencia a esta orden religiosa encontramos su texto Los maitines, publicado cuatro años después de intentar ingresar a los Cartujos, y que representados por su prodigiosa imaginación, los describe desde una profunda reverencia y admiración:
Después empiezan los nocturnos. A través de las notas musicales se adivina la ardiente pasión de los corazones que palpitan bajo aquellos sudarios por la gloria de Dios y por la mísera humanidad. Los coros alternan en animado y vehemente diálogo y los versos de David brotan de aquellos labios inmaculados como centellas viajeras de la tierra al cielo. Señor Dios nuestro: ¡Cuán admirable es tu nombre en el universo entero!... ¡Cuán elevada es tu grandeza sobre los cielos!... ¡Los cielos narran la gloria del Señor y el firmamento anuncia la obra de sus manos!
Huelga insistir en el tono emocionado y reverente del enunciante al momento de evocar el instante místico revestido por la oración hecha canto, y el canto, alabanza extraordinaria para poder alcanzar la representación de la grandeza conferida por la presencia de Dios. Es la admiración de un Ser hecha palabra por el lugar que consideró la excepción de todo lo terreno en cuanto vocación y entrega, tal y como se lo expresa a su amigo Santos Dominici, en carta fechada en Caracas el 7 de octubre de 1912, de la que rescato las siguientes líneas para complementar lo afirmado:
Lo que en la Cartuja encontré supera toda descripción. Vi allí la santidad en grado heroico y te puedo asegurar que una vez visto ese espectáculo lo demás de la tierra se vuelve lodo. […] Y en ese lugar celestial tuve yo la dicha de vivir nueve meses. Pero sucedió lo que era natural que sucediera al que, cegado por la pretensión y apoyado por su vanidad, había emprendido tan alto vuelo. Carecía de muchas de las dotes requeridas en el instituto. […] No tenía las suficientes fuerzas físicas para resistir el frío, al ayuno, al trabajo manual, porque has de saber que yo me había ido en un estado de acabamiento tan grande que sólo pesaba noventa y siete libras. No tenía el suficiente latín ni la demás ciencia indispensable para la profesión religiosa. […] ¡Qué caridad tan grande de aquel superior general que me soportó nueve meses viéndome tan incapaz! Al fin me dijo estas palabras, que eran una sentencia, pero también una esperanza: “Hijo mío, ya usted ve que no podemos recibirlo, vuélvase a su país y trate de adquirir lo que le falta:” […] Fue entonces que pasé por el terrible dolor de entrar nuevamente en el mundo. Y aquí estoy obedeciendo aquel mandato.
Indiscutiblemente el predio sagrado implica la magnificencia para que el aspirante pueda iniciar el camino hacia el servicio pleno y exclusivo a Dios, su no consecución, instaura nuevas formas para alcanzarlo a través de un apostolado sustentado por la adecuación de la cotidianidad a la consagración a Dios mediante sus semejantes, impulsado por la caridad y entrega para aliviar los males corporales, las angustias espirituales y paliar las necesidades económicas para la adquisición de medicamentos. De esta manera, Hernández Cisneros labró su propio camino para alcanzar los más caros propósitos de servir a Dios, y por ende, de alcanzar la santidad.
En todo momento y circunstancia de su vida, José Gregorio Hernández estuvo consustanciado con la palabra de Dios y la doctrina cristiana, bajo la combinatoria del ejercicio científico con la profesión de una fe inquebrantable, el servicio al prójimo y el alivio del sufrimiento del otro. Por siempre manifestó la presencia de Dios desde su interioridad y particular visión, para fortalecer de este modo una férrea voluntad que lo impulsa hacia los ideales de la trascendencia. Anhelando en todo momento apreciar la belleza del mundo a través de la mirada de la fe y la esperanza; la voluntad como potencia creadora y vivificadora manifestada por la palabra interpretada por la libertad sublime que apunta más allá de todo determinismo.
Es así que en estos textos de vocación estético-mística, la voluntad hace una transferencia divina a través del principio ensoñativo para conducir por los caminos de la espiritualidad al Ser y su encuentro con la presencia divina, el lugar conferido sólo a seres de infinita excepción; como José Gregorio Hernández, Caballero de la Fe.
El Paraíso, marzo 2021.
0 comentarios:
Publicar un comentario